"...ese magnífico vaivén entre la vigilia y el sueño, que por sí mismo ya es causa suficiente para que el hombre no lamente haber nacido".
Milan Kundera
Los domingos uno ya anhela el desayuno y el diario aunque siga dormido. Enroscado entre las sábanas, reposando en esa cornisa que distingue entre el sopor y la vigilia, la manteca derretida y la mermelada de durazno irrumpen en medio de cualquier aventura o conquista onírica.
En ese estado limítrofe ya se envidia el olor de las tostadas del vecino: ese canalla incivil capaz de madrugar hasta el mismísimo domingo perturbando así los jugos gástricos de la cuadra. Que venga después a pedir el sacacorchos o dos limones...
Obligado a poner fin al deseo -y a la efímera culpa por ser tan dormilón- hoy me dispongo a desayunar al sol. A falta de diario de papel, continúo leyendo La inmortalidad, de Kundera. Este checo cascarrabias (que prefiere un insulto a una solicitud de entrevista) me envuelve en su trama entre las desventuras de un matrimonio adulto, la ambigüedad de la imagen, Goethe, las formas de inmortalidad y el olvido.
Olvido...a esta altura de la mañana mucho parece haber quedado atrás. ¿Quién es? Sí, esperame. Ya te lo alcanzo. ¡Se ve que circulará un buen Malbec hoy!
*Copiado de mi nuevo blog.