La Cámara de Representantes estadounidense aprobó por abrumadora mayoría el proyecto de ley del oficialismo republicano que contempla la creación de una valla de 1.200 kilómetros en la frontera sur que une (¿o separa?) Estados Unidos con México. La norma promueve la construcción de un muro en el sector de la frontera que es principal punto de ingreso de inmigrantes ilegales. Esa iniciativa, rechazada oficialmente por la cancillería mexicana, ha reavivado fuertes críticas desde la comunidad latina de los Estados Unidos. Esta tendencia mundial asoma como solución a los conflictos bilaterales en diferentes puntos del planeta; esto ocurre a diecisiete años de la caída del emblemático muro de Berlín.
Una gran paradoja de nuestro tiempo globalizado permite el libre mercado y la libre circulación de mercancías, de depósitos, de información (y de algún que otro ejército poderoso), pero restringe cada vez más el libre tránsito de seres humanos por el mundo. La actual tendencia hace prever que las personas quedarán cada vez más aisladas según su procedencia. Así parece al considerar los muros que Israel construye frente a Cisjordania, el mencionado que E.E.U.U. construirá en la frontera con México, los de España en Ceuta y Melilla, y los que también planean construir entre Chipre y Turquía; Corea de Norte y Corea del Sur; India y Paquistán; India y Bangladesh; Bostwana y Zimbabwe; Arabia Saudita y Yemen; Kirguistán y Uzbekistán; Tailandia y Malasia, sin contar ese muro líquido que se ha tragado centenares de pateras cargadas de africanos y expectativas. Según parece, la “aldea global” no fue planeada para tantos y entonces se reserva el derecho de admisión y permanencia.
En pleno desarrollo de este tipo de políticas internacionales, ambientes tan prósperos para la creación cultural como siempre fueron las orillas, las fronteras, se convierten en angustiantes vacíos de hormigón armado y alambres de púa. Cabe replantear un análisis de la importancia de estos espacios para el desarrollo del ser humano desde tiempos remotos: que hubiera sido de la filosofía sin esa preocupación metafísica por los límites (el más allá, Platón y el mundo de las ideas, Kant, San Agustín, Tomás Moro, Nieszche, entre otros) o de la música sin esa mixtura generada por el cruce de culturas (jazz, tango, hip- hop, candombe, samba, blues, bossa nova). Qué sería de la producción literaria en general, qué Comala o Macondo, esos lugares de convivencia entre los vivos y las ánimas, esas fronteras libres, describirían Rulfo y García Márquez. Sin esa libre vivencia de las fronteras, cuántas aventuras frustradas…triste Ulises.
El alarmante avance de la intolerancia plantea la sospecha ante lo desconocido y lo extranjero, que luego asociará gradualmente a amenaza, terrorismo, y enemigo. Esta peligrosa lectura de la realidad se aplica también en el interior de nuestros países, donde los muros adquieren características de discriminación explícita y simbólica, ya sea por cuestiones de género, nacionalidad, salud o situación económica. Entre estas formas de murallas debemos incluir los discursos de líderes políticos: “los muros de palabras opacas, (…) muros verbales para ocultar lo que está sucediendo mientras la topadora (globalizadora) sigue desmantelando”.
Frente a este panorama mundial, parece oportuno recordar que las culturas se construyen en el despliegue de la gente en sus espacios y que tanto la realidad como la cultura son conceptos en construcción, lo cual requiere diálogo, tolerancia y reconocimiento de la diversidad como un valioso aporte a la pluralidad de la comunidad internacional.
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