Existen ideas que, surgidas del ámbito literario, luego dan paso a concreciones palpables. Siguiendo una larga tradición, Jorge Luis Borges imaginó - y escribió en 1941-, una Biblioteca de Babel que contuviera todos los textos existentes, en una trama infinita de hipertextos.
Muchos años después, a principio de la década de los ’60, en Estados Unidos comenzaban a delinearse avances que hicieran posible una red capaz de mantener el flujo de información de manera descentralizada. De esta forma se buscaba asegurar su subsistencia pese a probables ataques contra alguno de sus nodos/servidores en el contexto de la Guerra Fría.
A partir de ese momento, una sucesión de avances científicos y tecnológicos provenientes del MTI (Massachussets Institute of Technology) y de la UCLA (University of California, Los Angeles) principalmente, posibilitaron la puesta en marcha de lo que sería el proyecto comunicacional más ilimitado que se haya conocido: Internet.
Este proyecto de origen militar se escinde de esta esfera en 1983 recalando en el uso civil con quinientos ordenadores interconectados. A partir de ese momento se dispararía su utilidad y difusión, a punto tal de contabilizar más de un millón de servidores interconectados solo nueve años después. Desde entonces se ha consolidado la expansión global de esta Red de redes, la cual contiene un volumen de datos mayor a los producidos en los últimos mil años.
En esas infinitas galerías hipertextuales confluyen foros, correspondencia, mercaderías y también, inexorablemente, desde hace una década los medios de comunicación clásicos -léase diarios, radios, TV y hasta el Cine. Sin embargo, ello no ha obstaculizado la proliferación de espacios alternativos y descentralizados de información. Tal es el caso de los Blogs; cuadernos de bitácoras personales que se consolidan como ámbitos interactivos de información.
En este marco, solo una ingenuidad inaceptable podría soslayar que esta herramienta descomunal que es Internet no es equitativamente aprovechada en el mundo. Esto tiene que ver con asimetrías económicas, tecnológicas, culturales y geopolíticas íntimamente ligadas a la hegemonía de la economía de mercado. Por su parte, la convergencia tecnológica de la industria cultural concentra en megaemporios comunicacionales un sinfín de medios que atentan contra la pluralidad de fuentes de información y la pluralidad de coberturas.
Tal como escribiera Ernesto Sábato en “La Resistencia”, a lo largo de la historia cada vez que ha asomado un muro trágico, si se observa con atención, se descubre en él una grieta por donde asoma la esperanza. En este contexto, la esperanza se vincula a formas comunicativas plurales, comunitarias y colaborativas que inoculen nuevas lógicas de un micropoder más solidario en la matriz del sistema.
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